Parte 02
Autos por aquí, autos por allá… Demonios, parece que la tasa
de natalidad de estas máquinas es imparable, como van las cosas veremos carros
estacionados incluso en las ciclo rutas, de manera disimulada a un lado de
estas dejando un escaso espacio para que pasen los ciclistas. Eso es lo que
ocurre en la mayor parte de las vías de esta particular ciudad. Norte, sur,
oriente y occidente, por doquier Bogotá es un enorme estacionamiento al aire
libre, con sus respectivos administradores que a uso de chaleco reflectivo se
hacen capataces de las aceras y avenidas capitalinas.
-Shon dosh mil pesos!!!
-Perdón?
-Dosh mil pesos!
-De qué?
-Por la cuidada del carro!
-Y cuándo le pedí que lo cuidara acaso?
-Ushte no pidió pero si parquió y aquí vale dos mil pesos!
-Hasta dónde sé esto no es parqueadero público, tampoco está
prohibido parquear y en ningún lado veo
que tenga que pagar por dejar el carro.
-Tonshes deme mil pesos!
-No le voy a dar ni mierda!
-Me paga o no respondo!
-Qué va a hacer pues viejo marica?
En ese instante abandoné mi posición de observador, abrí la puerta del copiloto para incorporarme
y, como mi amigo, salí del auto a “frentiarle” al terrateniente que nos estaba
cobrando cuota de parqueo, algo gavilleros dirán ustedes pero estábamos
considerando a otro par de “administradores del sector” que de cerca paraban
bolas a la conversación y para nada tenían pinta de agregados culturales.
-Ahs shi no tiene caga´os mil pesos pa´qué shaca el carro?
-Así fueran cien pesos… desde cuándo usted es el dueño de esta
calle?
Mientras, se aproximaba otro automóvil y la dama que lo conducía
se mostraba curiosa por el alegato que sostenían mi amigo y el gamín que sin
pagar un cochino centavo de impuestos estaba haciendo su agosto con las calles
que por derecho nos pertenecen a todos. Por cuenta de esta señora el tipo se vio obligado a disimular y cambiar su
tono airoso por uno amable:
-Siga por aquí madre que los señores ya se van!!
Sin embargo se dio el lujo de desalojarnos, parece tener más
control en las calles que esa rama de la fuerza pública que raramente y en
circunstancias extraordinarias, la mayoría debido al antojo de un almuerzo digno
de su tramo intestinal, hace aparición con libreta de partes en mano y el bolsillo dispuesto para el soborno.
-No le preste atención a ese cabrón – dije- más bien vámonos
que ese no es el último de su clase que nos vamos a encontrar.
-Pues sí.
Efectivamente, en la segunda de las diligencias que nos
ocupaban ese día, al momento de buscar en dónde parquear, apareció otro “señor
de los parqueaderos al aire libre”:
-Déjelo por acá doctor, todo bien que este
pedazo es sano.