Cuando llegué
al infierno esperaba el llamado de la lista de por lo menos cinco de los nueve
círculos que, como creía saber, eran el final destino para los que como yo, en
buen vivir, practicaron el antiguo y noble arte del pecado en su máximo
esplendor y profundo placer.
Sin embargo,
fue tal mi sorpresa al recibir el comunicado, por parte del demonio encargado
de este menester, por medio del cual me era asignada una plaza en el décimo
círculo de los anillos del patíbulo. Por su puesto mi reclamo no se hizo
esperar, “¡cómo que en el décimo círculo!” “¡nunca se me habló de tal lugar!”,
“¡mi dedicación en vida fue de gran empresa pecaminosa enfocada a lograr un
digno espacio en el círculo de los lujuriosos, en el de los violentos o por lo
menos en el de los herejes!”, “¡merezco aunque sea una fosa, la de lo
simoniacos me vendría bien!”.
El demonio
comunicador tomó nota atenta de mis alegatos y continúo con total amabilidad,
debo reconocerlo, explicando el porqué de mi designación. Esto no solo me iluminó
en cuanto a lo que ignoraba del infierno, me adentró además en una reflexión
acerca de cuán equívoco fue mi accionar al creer en vida que mis pecados se
ejecutaban de acuerdo a las prioridades sociales demandadas desde las remotas
letanías profanas del rock and roll. Resultó pues que pecaba a un nivel
supremo, pecaba incluso cuando creía que no lo hacía.
El demonio
expuso un texto oculto del autor del plan de ordenamiento territorial de ese
abismo de tinieblas. En el mismo se puede apreciar como el sabio Dante dedica
un décimo círculo del infierno a aquellos seres desdichados que dedicaron su
pérfida vida al oficio del diseño gráfico. Este fue excluido de su Divina
Comedia por tratarse
del más obsceno y cruel
de los anillos del averno, cosa que no soportaría ningún ojo de lector humano
por perverso que este fuera.
En este maldito
espacio se encontraban, entre otros transgresores gráficos, los réprobos
espíritus de quienes en su perfeccionista lujuria material por Adobe InDesign
miraron con repulsión cualquier otro trebejo empleado por la chusma para
procesar documentos de impía naturaleza, en particular el que por nombre lleva
Word. Aquí son condenados los incontinentes al deseo de esplendor visual, sus
extremidades son encadenadas a ordenadores maldecidos con Office y su desgracia
eterna consiste en editar textos de infinita extensión e incontables saltos de
párrafos, abuso espacios y tabuladores por no mencionar otras mezquindades;
todo para ser compilado en un oscuro vademécum contaminado por tablas y
gráficas en RGB sin respeto por la armonía del celestial cromatismo; mientras
de todos lados son hostigados por demonios que lanzan calendarios putrefactos y
relojes envueltos en un afanoso y asqueroso hedor.
Ubicado en mi
plaza fui marcado en la frente con la marca de esta fosa consistente en dos
letras del tradicional alfabeto “OF”, Office Word es su maligno significado. Mi
sufrimiento dio inicio y mis lamentos se chocaban con los aullidos de los
espíritus en pena de quienes en vida excretaron sobre grafismos salpicados por
tipografías malsanas empleadas por el vulgo, llantos de quienes maldecían a lo
alto a la vez que escuchaban la palabra “bonito”, clamores de los que esputaban
del dibujo como arte y fundamento del diseño... Todos los bramidos se
silenciaban ante el peor de mis tormentos, no haber ingresado al círculo de la
lujuria en donde pensaba revolcarme en el imperecedero fango carnal junto a
Cleopatra, Madonna y Helena de Troya… Ah, y a Luna, una dama que conocí en la
despedida de soltero de un amigo.