Aquel día de mayo parecía que todo volviera en el tiempo. Por más que deseara avanzar su cuerpo volaba en sentido opuesto. Su andar no era definido por un rumbo. Así lo había aceptado pues no encontraba sentido al hecho de trazar un camino cuando por ningún medio propio o ajeno es posible seguirlo.
Su vida era una composición de choques, de estrellones contra invisible muros. Su vida era un mareo constante, una lucha por volver en pie. La mayor parte de sus recuerdos eran imágenes invertidas capturadas mientras contorsionaba su espalda sobre el frío pavimento luego de un involuntario empellón contra un sólido repentino.
Navegaba en aires diáfanos y en aires enfermos sin controlar la materia que la incomprensible naturaleza le había brindado. A diario se preguntaba cuál era su objeto en la realidad que pasaba al revés en medio de sus ojos. ¿Qué sentido existe en poseer un cuerpo dotado de alas si este se mueve siguiendo designios de otra voluntad?
Esa tarde de mayo vino la respuesta con la sorpresa acre propia de toda verdad. Luego de una de sus habituales colisiones fue a besar el suelo, pero este contacto fue menor a un suspiro. Pronto se hallaba en el espacio sostenido por alguna fuerza insólita.
En aquel momento le fue revelado un universo tejido por vibraciones que se extienden más allá de cualquier límite comprensible. Aquellos filamentos aparecieron cada vez más cercanos y la fuerza que lo arrastraba a esa maraña cósmica aceleraba produciendo una ruptura en su conciencia temporal.
Al fin, atrapado en las cuerdas de la creación, experimentó por vez primera la libertad de controlar sus brazos. Dejó que estos se fundieran con esa nebulosa capilar mientras su sangre se inundaba del aroma dulce que lo rodeaba. Aquel éxtasis era, sin duda, el objeto de su existencia, el fruto de una vida historiada por golpes y caídas.
Este frenesí duró poco, pues en este universo hay impulsos incluso mayores a los que pensamos únicos porque se nos han manifestado. Acto ególatra que nos impide trascender y ver cada instante como eso nada más, como un instante. No logró sentir el súbito estrujón que lo arrancara de su experiencia ascética, tan solo atravesó una distorsión espacial para ir a chocar contra otro límite universal.
Aquel día de mayo, una niña asustada lanzaba al vacío un escarabajo que se había quitado de sus cabellos. También volaron algunos mechones de pelo, pero lo que posteriormente iba a volar era la dentadura del niño que le había jugado aquella broma.