Hace más de dos siglos, el genio de Bonn, en una de sus continuas alabanzas a la paz, el amor por la naturaleza y la hermandad entre en género humano, impregnó de los más vivaces tonos su pentagrama para constituir una de sus más espléndidas composiciones.
La sexta sinfonía está dedicada al campo y a quienes en él habitan, es un tributo a la naturaleza y a los dones con que a diario nos bendice. Una muestra de que la genialidad se fija en los detalles que muchos han olvidado o no han conocido, abandonados a su banalidad material donde no cabe la expresión del pensamiento liberal.
En el sin fin sonoro dedicado a la paz, encontramos temperamentos incomparables y voluntades inquebrantables como solo Beethoven lograba exponer.
Hoy, sus aires de hermandad siguen viajando en aguas turbias. Mientras el "monstruo" alemán dedica tan bella sinfonía a sus hermanos campesinos, una facción de colombianos prefieren dedicar un NO rotundo a su esperanza de reconciliación.
Movidos por un arriero le dicen a quienes les llenan la mesa de alimentos que se pueden ir al demonio. Ahora muchos culpan a otros, a sus patrones y a sus pastores, como si estos los hubieran arrastrado a la mesa de votación.
En otras palabras, luego de escupir y tirar a las víctimas al UriAbismo, esperan que las garras de ese demonio arriero estrangulen mientras acarician a la vez… pues según ellos, votaron NO a la Paz porque realmente quieren la Paz.
Dos siglos viejo Ludwig, dos siglos y nada que entienden.