Y en el día internacional de las groserías esas, no puedo dejar de recordar a mi gran amigo Pulgas (AKA: Ringo), quien, por más techo y tapete que tuvo, nunca conoció el sabor de una croqueta, pero sí de miles de panes.
Nosotros tampoco sabíamos que existían las croquetas, ni los millones de vacunas que son requisito hoy para gozar del cariño de una mascota, aún así, esa porquería llegó a vivir hasta que no tuvo dientes, lo que no era impedimento para que se la pasara de gruñón.
Vino de la calle, por el precio de mil pesos, mi madre lo compró, lo vendía un gamín...
Por supuesto, Pulgas no era de marca, por tanto era treinta millones de veces más bacano que esos perros de alcurnia.
No, no no, hoy día nadie me lo pediría prestado para una selfie, como yo no lo prestaría pues él no era un accesorio o, ¿cómo les dicen? "animalitos de compañía".
Pulgas no salía de la casa, su hábitat eran las naguas de mi abuela, pero Pulgas tenía delegados para acompañarme a ese ritual místico que ya los niños y jóvenes no practican, ir a medir las calles acompañado de un canchoso, un perro que no le temía a nada, que andaba sin correa, que no comía de rotweiller y que esperaba lo que fuera necesario a que uno saliera del colegio o de el antro de videojuegos; así lo hizo Tony, El Mono, Oso, La Zuca, Chambimbe y hasta Satancito.
A todos esos pulgosos, Feliz Día.