martes, 3 de julio de 2012

Sobre como las ruedas y los motores han cobrado vida y nos han convertido en sus esclavos

Parte 01

Alguna de estas noches, y de esas en las que a uno le entra el arrebato de rasgar la rutina que suele colarse a diario, decidí salir a cine. Me ubiqué al frente de mi residencia  y prendí un cigarro mientras esperaba que asomara un taxi. La noche era tranquila, oscura pero con una brillante luna rodeada de estrellas que me hipnotizaron al punto de que varios fueron los taxis que pasaron por delante. Por fin entré en sí, ya con una colilla en mi mano que me recordaba que alguna vez sostuve con ella un cigarro.
El taxi que el destino me deparó estaba al frente, subí y como es mi costumbre salude al señor conductor, este de manera muy amable respondió, se trataba de esos bichos raros que saludan a las personas responsables de mantener su ingreso, de esos servidores públicos que poco abundan.
El camino hacía la sala de cine, como todos los caminos, tenía un comienzo tranquilo… más bien, como todos los caminos uno desea que sean tranquilos y por esta circunstancia deja de ver lo que está a ambos lados. Metido en esa máquina noté de nuevo, como quien no quiere la cosa, una situación que llevo soportando desde hace mucho, que me aqueja y me hace sentir idiota porque sé que no tiene solución razonablemente aceptada. Sé que no soy el primero en nombrarla, ni seré el último, sé que no es novedoso mi comentario y a muchos les parecerá tarado. Sin embargo estoy plasmándolo y lo seguiré haciendo.
“Que impresionante la manera en que los motores han absorbido nuestra frívola existencia, que impresionante la forma en que los automóviles inertes han venido copando el espacio que debería ser por antonomasia nuestro”