martes, 28 de julio de 2015

Breath - Respira

Breath - Suspiro from alxmarroquin on Vimeo.
This is an animation technique stopmotion from a bodypainting in the body of a lady.
Esta es una animación con la técnica de stopmotion a partir de un bodypainting en el cuerpo de una dama.
The song is call "I´m a machine" from the Glass Lux.

jueves, 23 de julio de 2015

Jornada de un habitante de la modernidad

Se despierta cuando no siente la caricia lumínica de la pantalla del celular.
Conecta el aparato con la esperanza de que este pronto resucite.
Entra al baño y se mira al espejo buscando el ángulo adecuado para la primer selfie del día.
Desayuna sabiendo que lo que traga con su boca no alimenta tanto como el adminículo que sigue cargando al otro extremo del lugar que habita.
El desayuno se ha terminado y no tuvo oportunidad de compartirlo con sus seguidores.
Piensa que debe tomar medidas y mantener siempre a mano una batería portátil.
Dedica una buena cantidad de minutos a comprobar, nuevamente frente al espejo, que sus accesorios naturales o postizos siguen siendo parte de una tendencia.
Analiza el alcance de la estética que durante ese momento acoge y considera darle un vuelco para reafirmar su identidad, para consolidad su originalidad como ser viviente y autónomo.
Es requerido dar un vistazo a la madre web en busca de nuevas formas de aparecer ante el mundo.
Por fin su teléfono ha recobrado vida, es momento de  comenzar el día.
Con diminutivos acompaña las imágenes que le recuerdan a sus pares que pueden estar tranquilos, ha vuelto a la social media.
Repite mentalmente el credo que asevera lo vital que es para el planeta que sepan cada uno de sus movimientos, cada detalle de sus jornadas.
El estado de felicidad se debe manifestar con gestos y poses y a su vez se captura y edita por medio de Instagram.
Por su puesto, su identidad sexual; sus gustos a carnes del mismo género físico o mental, a cuerpos con mentes de otras personas o a mentes atrapadas en otros cuerpos, a entes diferentes, hétero, homo, lesbo, hermafro, zoo, travesto; debe quedar manifiesta en la mañana, en la tarde y en la noche.
No puede llamarse amor lo que siente hacia su pareja si no se expone de manera escandalosa, si no se destapa en Facebook o en Twitter.
Abre la aplicación, apunta con la cámara al plato servido en la mesa, atrapa en el sensor esa belleza efímera que más tarde caerá por su recto hasta las cañerías que hieden a humano.
Aplica un filtro y la belleza aumenta. Comparte y el planeta entero brilla y agradece su aporte.
Alerta, la batería se agota. Urge como nada la compra de un cargador portátil.
Corre a su lugar de labor y con ansioso sudor trata de acaparar el tomacorriente. Qué trabajo le cuesta separarse de su aparato. El cable debería ser mucho más extenso.
Transcurre la tarde y le muestra al mundo lo feliz que es dentro de una oficina llena de gente que no aprecia sus virtudes.
Aparenta orgullo de ser un peón.
Cuando cree notar una maravilla natural diferente a su propia persona piensa que es noble apuntarla en sus entradas y reproducirla en sus muros digitales.
La noche lleva a una larga fila por un helado, un postre, o una comidita con unos amiguitos.
El retorno a casa se transcribe con minucia, sus seguidores no pueden aguardar el lapso de un post a otro.
Dentro de sus cobijas acaricia el “device” que tanto placer le brinda, siente en su boca la húmeda claridad de la pantalla.
Con Snapchat logra el polvo de su vida con un ser extraño al otro lado del videochat.
Esta vez no olvidará mantener conectado el celular mientras arrulla su velada.
La soledad no es parte de su jerga, ese pequeño dispositivo le permitirá dormir junto a sus contactos, sentir por ondas de radio las pulsaciones de sus pechos y el olor de sus cabellos.
Poco a poco olvida el significado de las letras y cada vez más adopta el moderno lenguaje del emoticón.
Su día se fue en fotos y memes, en chats con monosílabos y en angustia por electricidad o una batería portátil.

martes, 21 de julio de 2015

Las tetas contra los celadores de bancos

La angustia se apodera del ser digital cuando su vínculo con la existencia se ve interrumpido. Me refiero, obviamente, al momento en que una persona "notable" es despojada de su aparato de telefonía móvil.
Acción frecuente en lugares donde la seguridad se toma a pecho, usualmente espacios cerrados pues en los abiertos la seguridad es un vocablo impronunciable. Las oficinas de los bancos son buen ejemplo del abuso cometido con los seres que ya he mencionado.
Los actores materiales de esta ignominia suelen portar trajes azules y, precisamente, la palabra "seguridad" en algún bordado de sus chaquetas. Los conocemos como celadores, por no usar el término erudito "guachimán". Se acercan al paciente y le dicen: "Le recomiendo el celular", no quiere decir eso que recomienden algo en particular, es más un código que descifrado significa: Aquí no se pueden usar dispositivos móviles.
Como experiencia puedo aportar que en múltiples ocasiones me han pedido retirarme los audífonos de mis rockanrroleras orejas... Si, los audífonos. Eco irascible del pensamiento que le untaron a las masas en sus estrechas cabezas que data de un evento en otro país donde estrellaron un par de aviones y que por esta geografía un pequeño mandatario aprovecho como grito de guerra para que todos sus votantes y no votantes se llenaran de miedo al terrorista de al lado.
He visto como las personas adoptan miradas de camaleón, eso que tuercen los ojos a su antojo, un ojo vigilando al vigilante y el otro a whatsapp. El celular apenas asoma por el bolso, la chaqueta, el bolsillo o la manga del saco. El sudor cubre sus rostros y el miedo a la frase "Le recomiendo el celular" o alguna variante se siente en la atmósfera... Muchas veces el "chela" aparece burlando el ojo que tenía encima; tal vez a causa de un meme que no podía verse con menos de dos ojos; el "cliente" recibe el llamado de atención, una o en reiteradas veces.
Vencida, la persona no tiene más que vivir esos interminable minutos sin vida, sin facebook, sin instagram... "mi amiga iba al baño, ¿será que publicó foto? ¿qué entraría a hacer?"... Sufrimiento que estalla a manera de reclamo por la injustificada tardanza de los dos cajeros en una oficina que tiene espacio para diez de ellos.
Pues queridos lectores, para alegría de quienes viven a diario esta terrible tragedia: He visto, hoy día, la solución a manos de una ingeniosa dama.
¿Qué se requiere para que el celador los deje sanos en su chat portátil? - !Dos simples y poderosa herramientas! - Un buen par de tetas al aire!!!
Resulta que estos redondeados y tersos adminículos generan un campo de fuerza anticeladores. Apenas pueden si quiera mirarlas pero pierden el habla, tambalean en su labor.
¿Apenas las tetas? - Si, las tetas por si solas funcionan, nada de culo, nada de rostro, nada de palabra. El celador los dejará tranquilos y podrán continuar viviendo por medio de sus teléfonos inteligentes... Así que hay que salir a por la tetas!!!
En otras observaciones y revisando mis apuntes, he hallado coincidencias de uso de las tetas en otros espacios abiertos y cerrados. A veces matizadas con meneos de caderas o alargadas y musicalizadas palabritas. Resulta que abundan bancos orgánicos que entran en shock y pierden sus roles con tan solo admirarlas así sea de lejos y al parecer muchas personas han sabido darle buen uso a tan sofisticados aparejos.
A pesar de todo, las tetas no pueden ser siempre la mejor salida. Muchas veces su calibre no fulmina a todos los comensales, más aún cuando hay un anfibio cerca, ardido porque le hacen quitar su sus audífonos, que no vacila en adoptar el rol de guachimán y decirle en voz alta a los dos, tetona y celador mira tetas: "!Aquí no se pueden usar dispositivos móviles!".

miércoles, 15 de julio de 2015

La tolerancia huele a susto

Esa virtud que todos decimos poseer, la tolerancia, no es más que un olor a susto.
La tolerancia huele a cenizas de cigarro mezcladas con cemento y polvo de ladrillo, huele a una pipa improvisada caliente por un negro fuego.
Nuestra tolerancia no es más que un aroma de pegante que transita ese aire que es de todos pero que no queremos compartir. Es mugre que contamina nuestra mirada y nos obliga a torcer los músculos faciales, es un hedor a orines impregnados en un cuerpo que ha olvidado la caricia del agua, es un tufo de mierda que nos recuerda lo que tenemos por dentro y odiamos admitir.
La tolerancia a nuestro prójimo solo alcanza hermosuras faciales y es indiferente con los rostros historiados por lunas oscuras, tostados por veladas de asfalto y embadurnados por las sobras de nuestros platos.
Nuestra tolerancia es un acto digital, un amor binario manifestado en muros de pixeles, un amor que se pierde cuando dejamos el escritorio o el celular va a la cartera.
Tolerancia es distancia, es “no te me acerques”, tolerancia torcida por calles donde la bondad no asoma, es “no te le acerques”, es labios cortados por picos de botellas, son escamas de inmundicia en mejillas olvidadas por los besos.
La tolerancia huele a susto, a miedo a esa sangre par a la nuestra que viaja en venas castigadas por agujas. Es el susto de un cuerpo retorcido que refleja el abismo al que todos pueden ir. Nuestra tolerancia señala ese hueco y lo aparta sin tocarlo con una mano mientras con la otra nos tapa la nariz.
La tolerancia que vivimos suena a “baje a esa cosa o devuélvanos la plata del pasaje”, suena al motor de una buseta repleta de humanos que no se conocen y no desean hacerlo. Humanos que no se importan pero que llegan a común acuerdo cuando de apartarse de un gamín se trata.

miércoles, 1 de julio de 2015

Sobre el recaudo de lo que es propio


La vergüenza no debe estar presente en los escaparates de quienes piden lo que les pertenece. Es un pesado objeto que debe recaer en quienes se adueñan de lo ajeno, tomándolo prestado o no.
Aquellos que sonríen al momento del empréstito pero maldicen en el momento de la devolución no difieren mucho del común ladrón que al contrario es más decente en su directo o indirecto proceder, sin decir que es ejemplar, pero es ladrón a secas y punto.
Estos aborrecibles seres, de camaleónica naturaleza, se las arreglan para transferir al cobrador una capa de enorme sonrojo, logrando generar un injusto sentimiento de culpa matizado por la estúpida dizque moralidad humana.
Acaso la vergüenza no debería acompañar a quien no devuelve lo que no es suyo, la lógica parece apoyar este enunciado. Pero la lógica no es habitual en esta realidad e instante tras instante nobles personas padecen de miedo cuando de recaudar lo prestado o sus honorarios se trata.
Los odiosos morosos argumentan lazos de sangre o de amistad, situaciones difíciles, economía inestable… Muy pertinente esto luego de haber recibido el favor o el servicio. Comportamiento endémico de los humanos carentes, precisamente, de vergüenza.