jueves, 16 de diciembre de 2010

El infinito espacio de una pequeña despedida

Un día, luego de esa larga espera y de esa incontenible angustia se tomará la decisión de acceder a ese inevitable fin. Aún así el pulso no baja su marcha, por el contrarío, incrementa su galope haciendo infinitos los segundos e incontenibles las lágrimas. Esa fuerza de la que engreídamente nos ufanabamos se hace notoria por su ausencia, no hay mejor forma de comprobar la carencia de una virtud que con la necesidad de ella. La ausencia lleva a la duda y a la especulación, de simples espectadores pasamos al nivel de organizadores de algo que no ocurrirá sino como sea que deba ocurrir. Es tal vez esa decepción lo que causa un dolor que sería llevadero si viéramos lo natural de cada camino, aquello a lo que todos confluimos. Parece que es más angustioso algo que es verídico que lo que misteriosamente se oculta en el velo de nuestras vidas. Sin embargo hemos de sentir ausencia cuando el sol cae en occidente sabiendo que mañana volverá por el oriente. Claro, cada segundo es único y cada persona lo es también. Una despedida se lleva un trozo del alma, un pedazo de ser imposible de reemplazar pues la cicatriz no deja de sentirse. Es saber que ocurrirá pero no poder descifrar lo que vendrá después, ver más allá es abandonar la seguridad del presente, ver más allá es convertir la risa de hoy en un recuerdo pasajero y volátil, hacer difícil el camino que sigue acompañándolo de momentos que no vuelven y de aflicciones infinitas. Soportar la ausencia, vencer sus dominios y rearmar el rompecabezas de nuestras vidas hace que la despedida nunca sea total, porque estar lejos no es estar separados, obvio, cuando no hablamos de cuerpos sino de lo que realmente somos, espíritus.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Para Cristina