La vergüenza no debe estar presente en los escaparates de
quienes piden lo que les pertenece. Es un pesado objeto que debe recaer en
quienes se adueñan de lo ajeno, tomándolo prestado o no.
Aquellos que sonríen al momento del empréstito pero maldicen
en el momento de la devolución no difieren mucho del común ladrón que al
contrario es más decente en su directo o indirecto proceder, sin decir que es
ejemplar, pero es ladrón a secas y punto.
Estos aborrecibles seres, de camaleónica naturaleza, se las
arreglan para transferir al cobrador una capa de enorme sonrojo, logrando
generar un injusto sentimiento de culpa matizado por la estúpida dizque
moralidad humana.
Acaso la vergüenza no debería acompañar a quien no devuelve
lo que no es suyo, la lógica parece apoyar este enunciado. Pero la lógica no es
habitual en esta realidad e instante tras instante nobles personas padecen de
miedo cuando de recaudar lo prestado o sus honorarios se trata.
Los odiosos morosos argumentan lazos de sangre o de amistad,
situaciones difíciles, economía inestable… Muy pertinente esto luego de haber recibido
el favor o el servicio. Comportamiento endémico de los humanos carentes, precisamente,
de vergüenza.